Alexander Bondenburg o el Moderno Periandro
Este es un relato corto que realicé hace ya unos diez años para un certamen, que no tuvo la calidad para ganar, pero del cual me siento muy orgulloso. También fue lo primero que registré, y después ya procedí a registrar mi primera novela, D&A, que a día de hoy, si la revisito, la veo más como un experimento de juventud que una obra literaria. Espero que este relato resulte de vuestro agrado.
ALEXANDER BONDENBURG O EL
MODERNO PERIANDRO
Alexander Bondenburg.
Ése era el nombre. Nombre de mi mejor amigo. Sin embargo, ahora ya no
era él mismo, por decirlo de algún modo. El antiguo Alexander, de padres
alemanes, que tan buen amigo mío fue y con el que tantas risas y momentos de
sinsabores o alabanzas compartí, se encontraba ahora en un estado demacrado y
harto irreconocible.
Juntos recorrimos la facultad, de filosofía, por cierto, y acertadamente
dimos con la obtención del doctorado, casi codo con codo, hombro con hombro,
avanzando siempre hacia adelante.
Incluso cuando me casé, allá por
el 98, él se aseguró de no dejar de verme, a pesar de mantener cierta distancia
para que yo pudiese disfrutar de los beneficios de mi nuevo estado. Poco tiempo
pasó hasta que él también obtuvo compañía, acertada si me lo permiten, con la
que recorrer el periplo de las vicisitudes diarias, y me alegré por su
compromiso y por ella.
Sin embargo, hoy era diferente.
No recuerdo muy bien como fue el asunto,
puesto que llegó corriendo a mi casa, tras varias semanas sin saber nada de él,
desaliñado completamente, empapado, pues llovía, y con los ojos bordeados por
sendos y oscuros círculos que enmarcaban la mirada de un demente. El caso es
que comenzó a hablar atropelladamente, y aunque comprendí lo que decía, y el
hecho de que estaba comenzando a volverse paranoico y a obsesionarse sobre el
tema, no puedo recordar claramente sus palabras, y hasta que no encontré una
grabadora, ya a mitad de la conversación, no pude obtener registro fidedigno de
lo que aquí se hablo.
Baste decir que mi amigo se había hecho una idea de que el sinsentido de
su vida debía terminar, y para tal empresa se le ocurrió que la mejor solución
era el suicidio.
‒ ¿Qué tal has descansado? ‒ Era la mañana siguiente y nos habíamos
citado en un café. Aunque desaliñado, tenía mejor aspecto que la noche
anterior, así que supuse que quizá todo aquello sería tan sólo un susto
pasajero.
‒ Bueno… mejor que otras noches. ‒ Reconoció. ‒ La tranquilidad de
contar con un cómplice tan fiable como tú hace menos preocupantes las sombras
de la duda.
‒ ¿Cómplice? ‒ Enarqué una ceja. El temple y la premeditación ejercidos
durante la carrera de psicología, que dejé a medias me ayudaron, enormemente. ‒
Esto no es como cuando organizamos una fiesta a escondidas en la facultad.
Pretendes que sea cómplice de asesinato.
‒ ¿Asesinato? En absoluto. ‒ Señaló al camarero, de gesto afectado y
sorprendido, que trajese dos cafés. ‒ Se trata del cumplimiento de un mero
trámite. Tengo derecho a elegir en que parada me decido apear, al fin y al
cabo. ¿No es así?
‒ No seas frívolo. ‒ Protesté ‒ La vida no es para tomársela a la ligera.
‒ ¿A la ligera? ‒ Dio un sorbo a su taza y se relamió. ‒ ¿Ves? Éste es
un buen café. Salvo por estos pequeños placeres, la vida es una situación común
y aún así prácticamente desconocida… No es más que un sinsentido, así que no
tiene sentido (Si me permites la redundancia) castigar o premiar los actos en
la siguiente vida, por lo tanto el cielo y el infierno se vuelven meras
quimeras creadas a partir de los miedos oscuros de las mentes de los hombres. ‒
Divagaba, y con la excelencia que en sus días de juventud le caracterizaba.
Permanecí tenso y atento, pues bien podían ocurrir ahora dos cosas: o bien su
razonamiento le traía de vuelta a la cordura, o encontraba una excusa
absolutamente lógica para permanecer en su estado actual. ‒ ¿Qué implica esto?
Nada. Absolutamente nada. Simplemente, no queda nada detrás. No hay fondo bajo
el mar. Caes al vacío, cuando te das cuenta de que ni siquiera es vacío.
¿Contracorriente quizá? Ni de coña. Contra corriente implica movimiento.
Interacción. Existencia. Pero no, ni mar en calma, ni vacío infinito. Incluso
el vacío es algo, ¿No crees? Eso me lleva
a pensar que la nada no sólo no es nada, sino que es NADA. Todo da igual.
¿Sabes por qué? Porque no significa nada. ¿Qué más da que mate a cualquier
tierno infante, si total, moriría de todas formas? ¡¿Hay algo al otro lado?!
¡Nada! ¡Absolutamente Nada! ‒ Me encogí en mi asiento. No sólo yo me estaba
asustando, también el resto de personas en el establecimiento. ‒ ¡Morirás y
desaparecerás! ¿¡No crees que sería mejor una tortura eterna a manos del
infierno que, simplemente, dejar de existir!? Desaparecer, esfumarse,
volatilizarse… eso es lo que ocurre. No hay nada más, no tiene sentido, ni
pies. Ni cabeza. ¡No tiene nada! ‒ Y pareció derrumbarse sobre su vida.
‒ Veo que tienes un problema, amigo mío. ‒ Acerté a decir al cabo de
unos minutos. ‒ Déjame ayudarte.
‒ Ya sabes qué tipo de ayuda quiero de ti. ‒ Apuntó. ‒ La demás, no me
interesa.
‒ Quiero decir, ¿No crees que has entendido algo mal?
‒ ¿Pretendes decir que no tengo razón?
‒ No es eso, sino la génesis de tu congoja. ‒ Me miró intrigado. ‒ ¿A ti
cuando te ha dicho alguien que la vida tiene sentido? ¿Qué tiene un
significado? La vida es vida, y todo lo que puedes hacer con ella es
disfrutarla, porque cuando emigre hacia climas más saludables tú te habrás
convertido en persona non grata para ella, ¿Entiendes?
‒ ¿Y qué más da? Si voy a llegar siempre al mismo estado, a la no
existencia, ¿Qué más da cuando ocurra?
‒ Es que lo importante es el viaje. ‒ Afirmé con flema.
‒ El viaje, si… ‒ Dio vueltas con la cucharilla en su taza, ya exenta de
café. ‒ Un viaje sin sentido, sin meta, no es un viaje. Sólo es una demora. ‒
Callé, porque en realidad no sabía que contestar. Podía decirle que lo
importante era disfrutar de la vida, enumerarle el sin fin de atractivos que
ofrece. Pero claro, siendo tan obvio que él no los disfrutaba… ¿Cómo podía
utilizar tales argumentos a mi favor? ‒ ¿Sabes? En realidad me has dado en qué
pensar… ¿Te parece bien quedar mañana?
‒ ¿A la misma hora?
Y marché preocupado hacia mi hogar, rumiando por dentro todo lo acaecido
aquél día, y supe que quizá incluso a pesar del esperanzador consejo de mi
mujer, que indudablemente me esperaría a la tarde, me costaría dormir.
Y así fue.
‒ Al final, todo queda reducido al polvo‒ Dijo mi amigo Alexander, con
los ojos nuevamente sobresaliendo de sus órbitas. Parecía que aquella noche de
descanso le había sentado peor que la anterior.
‒ ¿Te refieres al clásico Polvo
has sido y en Polvo te convertirás?
‒ No, me refiero al sexo, propiamente dicho.
‒ ¿Sexo? Pero…
‒ Se que te parece extraño, un divagar vulgar para alguien que busca el
suicidarse, mas déjame exponerme.
‒ Bueno, si así lo quieres…
‒ La práctica de ésta actividad no está destinada sólo al placer del
cuerpo, como bien sabes. Cura el alma, podría decirse. La sensación de dejar
algo atrás… Si lo hiciese sin tomar precauciones, podría morirme con la
esperanza de dejar atrás algo, alguien,
que me perpetúe a mí mismo. Alcanzar la inmortalidad, más no aquella de la que
hablan las ladinas religiones, sino la inmortalidad real, como tan bien dijo Javier
Krahe. La Inmortalidad del Cromosoma.
‒ Es decir, por medio de tu hijo y de los suyos, vivirás eternamente.
‒ Exacto.
‒ ¿Y no sería más fácil escribir un libro? ¿O plantar un árbol?
‒ El árbol no es nada mío, y en cuanto al libro, se trata de transmitir
las palabras y sensaciones que cada uno lleva impreso en el alma, y
francamente, creo que se están quedando bien agarradas en tu memoria.
‒ Bueno, entonces ya sólo te queda encontrar a una mujer que esté
dispuesta a ello.
‒ No será difícil. ‒ Dio un sorbo del café. ‒ ¿Olvidas que estoy casado?
‒ No podría. ‒ Reconozco sin pudor alguno que una de las razones de mi
preocupación era evitarle a tan buena señora el insufrible dolor que implicaría
saber que su marido se había suicidado. ‒ Pero quiero decir… ¿Cómo va a estar
dispuesta a que la dejes encinta para que así tú puedas suicidarte tranquilamente?
‒ Bueno, habrá que esforzarse. ‒ Sonrió, y una certeza cruzó mi mente.
‒ No se lo has dicho.
‒ No se lo he dicho.
‒ ¡No puedes hacerle eso! ‒ Grité, visiblemente tentado de partirle la
cara allí mismo.
‒ Tampoco podría, ahora que lo pienso. ‒ Su mente parecía estar nuevamente
en otra parte. ‒ Llevamos un mes sin apenas hablarnos. Dice que he cambiado,
que me he vuelto arisco. Que ya no soy yo. ‒ Meneó la cabeza. ‒ Es un poco
exagerada.
‒ Al contrario, es amable. ‒ Sentencié. ‒ Porque lo que ocurre es que
estás como una puta regadera.
‒ Por supuesto, no conozco ningún humano cuerdo. ‒ Sonrió. ‒ ¿No es
acaso eso lo que aprendiste de Freud en la facultad?
‒ No todo es blanco o negro. ‒ Intenté eludir la pregunta, aunque su
gesto me indicó que se había dado cuenta.
‒ Pero ésta conversación me abre sin duda la vista hacia una gran
verdad. Para culminar el proceso que permita dejaros a todos libres de mi
inefable compañía, primero tengo que volver a conquistar a mi mujer. Tengo que
hacer que me quiera.
‒ Otra vez.
‒ Otra vez. ‒ Se quedó pensativo. ‒ Creo que no seré capaz de hacerlo.
‒ No me cabe duda.
‒ ¿Me ayudarías?
‒ Yo… sí, claro que te ayudaré. ‒ Llegados a éste punto ruego que no me
malinterpretéis. La razón por la que respondí de forma afirmativa fue porque,
rápidamente, pensé que quizá la mujer a la que una vez había amado pudiese
salvarle allí donde yo fallé. Traerle de vuelta. ‒ Haz lo siguiente, hoy fíjate
en las reacciones de Sara, en la medida en la que tú actúas con normalidad para
calibrar sus respuestas. Eso nos dará una primera pista. Luego realiza una
lista con los momentos felices que hayáis tenido juntos ‒ Arqueó una ceja ‒…
que ella haya tenido. ‒ Corregí. ‒ Y
mañana pensaremos en ello.
‒ Muy bien.
Adelantaré los hechos un par de semanas, si lo tienen a bien, a favor de
la narración. No quisiera actuar en detrimento de la misma, lo cual es
innegable al acortarla, pero el formato del relato así lo exige. Exactamente
quince días después, estábamos sentados nuevamente en el mismo café.
‒ ¿Cómo te fue? ‒ le pregunté.
‒ Perfecto. ‒ Sonrió. Y me pareció tan franca aquella sonrisa que
comencé a ver la luz al final del túnel. ‒ Ha recuperado toda su felicidad.
‒ ¿Y cuando crees que…?
‒ ¡Oh! Dormimos juntos nuevamente. ‒ Me guiñó un ojo. ‒ Bueno, tú ya me
entiendes. El dormir con mi mujer, las charlas contigo y éste café son los
últimos alicientes que ésta vida guarda para mí.
‒ Y no son suficientes.
‒ No. ‒ Asintió mientras bebía un sorbo. ‒ Pero he de reconocer que ésta
noche podría ser considerada memorable.
‒ ¿Ah sí?
‒ ¡Amigo mío! Si pudiera ponerle palabras, el relato haría enrojecerse a
las vírgenes y las monjas.
‒ Las monjas también son vírgenes. ‒ Señalé mientras sonreía ante su
imitación de los modos arcaicos.
‒ Pero sólo si la pillas a tiempo. ‒ No pude evitar reírme. ‒ No, todo
va viento en popa… Y en cuanto al hijo, ya he resuelto como hacerlo.
‒ ¿Ya has pensado como sugerírselo?
‒ ¡Aún mejor! ‒ Y su tono no me gustó nada. ‒ Sabotearé todos los
preservativos y me aseguraré la existencia de mi prole.
En favor del buen gusto y por el bien de los “oídos” del lector omitiré
el resto de la conversación. Baste decir que, ésta vez, pasaron siete largos
días. Más largos que las anteriores dos semanas. Y, nuevamente, nos encontramos
donde siempre y a la misma hora.
‒ Está hecho. ‒ Afirmó aquella mañana.
‒ ¿Está embarazada?
‒ Aún mejor. ‒ Sonrió. ‒ Ha
consentido en tenerle.
‒ ¡Eso es fantástico! ‒ Exclamé. Su felicidad indicaba que el saberse
futuro padre le salvaría indudablemente. ‒ ¡Ya verás! Cuando le veas por
primera vez querrás comértelo, cuando cumpla el primer año… ¡Y en la primera
actuación del colegio!
‒ ¿De qué estás hablando? ‒ Su rostro se tornó tan pétreo como los demás
días. ‒ Se acabó. Está consumado, y por supuesto ésta noche se acabó todo.
‒ ¿Cómo? ‒ Me gustaría decir que el alma se me cayó a los pies, pero
sabía que, de haber infierno, sería allí donde caería. Porque en mi ignorancia
había contribuido al suicidio de aquél hombre. ‒ Pero no puedes…
‒ Ha sido un placer, amigo mío. De verdad. ‒ Y, aturdido, no pude acertar
a nada más que estrecharle la mano y ver como desaparecía por las calles de la
ciudad.
* * *
‒ Bueno, pues aquí estamos‒ Se dijo Alexander, mirando desde el alfeizar
de la ventana, admirando el suelo y el alquitrán que lo cubría, cual negra caja
de pandora dispuesta a llevárselo a peregrinar por el último camino. ‒, tú y yo…
He aquí el destino de todo hombre, premeditadamente planeado. He cumplido, y
terminaré por cumplir. ‒ Dio un paso al frente‒
Al fin y al cabo, somos el tiempo que nos queda, como bien dijo alguien
de cuyo nombre no me acuerdo. Y a mí no me queda más tiempo, lo decidí hace ya
un… tiempo. ¡Qué gracioso! Entonces, ya no soy nadie. Nadie se preocupará por
mí.‒ La brisa le acariciaba el rostro, cual madre tranquila y paciente que
trata de susurrar suavemente al niño para convencerle de que ha de cambiar su
actitud y acciones‒ El mundo mismo parece preocuparse por mi destino, justo
ahora, en el momento final ¿Ves?‒ Le dijo a alguien, mas no había nadie allí.‒
Tentándome con el frescor de la noche y las luces de la ciudad, pálidos
reflejos de los destellos del cielo. Tratas tentarme, oh mundo, mas yo se que
se trata de meros destellos del frenesí y divagar humano, una vida finita y
turbulenta hacia ningún sitio, una continua lucha, una batalla sin sentido. Si
no quedará nada tras la tormenta que acabará con la cosecha, ¿Para qué
molestarse en sembrarla? Me tientas con tantas cosas, incluso haciendo que ella
me diga que me quiere.‒ Aquí se detuvo‒ He tenido suerte en encontrarla, si nada
impide que al final tenga un hijo, será una buena madre. Espero que le hable de
mí, aunque claro, también podría hablarle yo mismo, pero eso es imposible.
Lamento tener que dejarla sola‒ Se quedó quieto, con la mirada perdida en un horizonte
infinito.‒, la verdad es que era una buena chica. Pero yo ya estoy muerto, me
he quedado sin tiempo. No soy nadie‒ Se inclinó sobre la ventana, disponiéndose
a saltar, mas una imagen acudió a su mente, de Sara con un bebé en brazos,
sonriéndole ambos‒. ¿Y esto?‒ Exclamó, carcajeándose a mandíbula batiente con tono
demente y dolorido‒ ¡Oh, Mundo, tratas de tentarme nuevamente con tus argucias!
¡No queda nada para mí en ésta bola de fango!‒ Se dispuso a lanzarse, pero se
detuvo antes de completar la acción‒ Pero no podré ver la cara de mi hijo… ni
siquiera sé si tendré un hijo… y su madre…‒ Se sentó en el alfeizar, piernas
colgando hacia el vacio, que le llamaba con ansía y glotonería. Más ahora él se
resistía, pues debía pensar en la solución de un problema. Divagar, como
siempre hacía. ‒ Me gustaría ver la cara de la madre una vez más…‒ Suspiró el
hombre. Con paso lento, vela en mano, se dirigió al dormitorio, y se quedó
allí, observando bajo la danzarina luz de la vela el rostro de la mujer.
Estuvo así lo que le pareció una eternidad, mientras parecía como si las
demencias de su entendimiento fuesen puestas a prueba. Con un cabeceo, se
dirigió a su lado de la cama.
Siempre quedará un mañana para acabarlo.
¿Cuántos mañanas? No tiene sentido contestar a tal pregunta. Baste decir
que vivió, exactamente, toda una vida. Ni más ni menos.
Como todos.
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